La poza de María Luque es una crónica personal de José Manuel García Agüera sobre la primera piscina abierta al público en Coín, y también un recuerdo de agradecimiento y homenaje a la memoria de esta mujer valiente, resuelta y emprendedora, que durante dos décadas refrescó en su huerta a varias generaciones coineñas en los calurosos estíos de esta tierra.

 
 
 
 
 
 
 
 
 

La fértil huerta del campo coineño en la que vivían desde 1938, y de la que con su trabajo vivieron digna y honradamente, María Luque Marques y su marido Nicolás Guerrero Torres con sus cuatro hijos, estaba situada en una suave loma al lado del pueblo por la salida a Monda y Marbella, frente al Tejar de Chicano y en lo que hoy es parte de la Urbanización Alijares.

 
 

Era una huerta familiar, frondosa, bien cuidada y labrada al modo tradicional de la producción agrícola en estas tierras, que daba abundantes cosechas de frutas y hortalizas. Una finca emblemática que poseía la irreductible belleza de cualquier paraíso cerrado, con su casa de rancho entre árboles, plantíos y verdes de todos los colores que florecían regados por el agua de un manantial propio e 'inagotable'. Un venero que mantenía todo el año llena a rebosar una poza grande que desde arriba del terreno daba servicio a las labores de la casa, del campo y los animales.

 
 

Le gusta recordar a Nicolás Guerrero Luque, hijo del matrimonio, que una mañana del verano de 1960 llegaron por la huerta unas simpáticas adolescentes coineñas: María Teresa Palomo Gómez y Maria Jesús Mariguil Inchausti, con la niña Maripepa Fernández Villalobos que siempre las acompañaba, y le pidieron a su madre que las dejara bañarse. A su madre le hizo gracia la fresca petición de las muchachas y las dejó pasar. Desde entonces todos los días por la mañana o por la tarde aparecían las tres, siempre con alguna otra amiga agregada, a remojarse en la poza de María Luque.

A la vista de la generosidad de la dueña las muchachas le propusieron, dado que ni un día dejaban pasar el regalo del reconfortante baño, que por lo menos les cobrara una peseta cada vez que fueran. Un precio casi simbólico que desde entonces ellas procuraban juntar (en cumplimiento de lo pactado), antes de coger el Camino Ancho en dirección a aquel descubierto vergel acuático.

El peso de la calor en la canícula coineña, el privilegiado enclave de la finca, lo cerca y agradable del lugar y la amabilidad de la familia, contribuyeron a la afluencia de personas de distintas edades dispuestas a pagar el precio del baño, y a que María Luque decidiera hacer unas sencillas mejoras de adaptación en el terreno, como vestuario, "emporlao", etc. para ofrecer a su fiel clientela un mejor servicio en las temporadas siguientes.

Me seguía contando su hijo Nicolás, que durante el tiempo de temporada en que estaba abierta al público, desde mayo a septiembre, todos los días al finalizar la jornada de baños por la tarde vaciaban la alberca, se barría y limpiaba, y por la noche se dejaba abierta la compuerta para que se volviera a llenar y estuviera disponible al día siguiente a media mañana.

Dos décadas estuvo abierta al público "la poza de María Luque", como así se conocía y mentaba, y cientos de coineñas y coineños, como si de una peregrinación se tratara, subieron aquella leve cuesta que daba entrada a la huerta y que te hacía llegar directamente al rancho de la casa. Al lado, un corto y estrecho pasillo llevaba por detrás a la "piscina". Y todos, absolutamente todos los que en ella se bañaron alguna vez, se acordarán (sin temor a equivocarme) de lo fría que estaba el agua. El agua más fría de Coín... Como también recordarán el buen sabor de los tomates que allí se comieron, a modo de desayuno o aperitivo, cogidos de la mata en el momento, enjuagados en el chorro de la pila, cortados por mitad y un pellizco de sal. Y había junto a la poza una especie de montículo formando una pared de roca, que las muchachas escalaban para tomar el sol. Mi amigo Pepe me contaba que más de una vez había subido allí a "comerse los pimientos"... aliñados con aceite bronceador.

Al inicio de los sesenta se inauguró la piscina municipal, gracias a la donación del industrial melillense, nacido en Coín, Juan Montes Hoyo, cuyas modernas instalaciones distaban mucho de la poza de María Luque. Sin embargo, no solo resistió la competencia sino que cada verano acudía más gente a su huerta. Una de las razones por las que a muchos apetecía esta elección, fue el hecho de que durante los años posteriores a la apertura de la piscina pública estuvo diferenciado el baño de las mujeres del de los hombres por el horario de mañana y tarde, lo que añadía la grata diferencia en favor de la poza de poder bañarte con tus amigos y amigas o pareja... al mismo tiempo.

 
   

María Luque falleció el 23 de junio de 1978 a la edad de 76 años y su hijo Nicolás, que desde joven había estado a cargo de la huerta junto a su madre viuda, mantuvo la piscina abierta hasta el verano de 1980, y la huerta en producción hasta que en 2001 se jubiló, resolviendo amistosamente con la propiedad el arrendamiento histórico de la finca, hoy sembrada de ladrillos.

La iniciativa de esta gran mujer, de permanente sonrisa, buen humor y buenos "golpes", que en aquellos agrisados años supo ayudar a la economía familiar reconvirtiendo la poza de su maravillosa huerta en la primera piscina abierta al público de este pueblo, alegrando con ello también la vida de sus paisanos, forma parte hoy ya de la más refrescante, entrañable y cercana memoria colectiva coineña.

 
 

Y en la memoria de su nieta Encarni Guerrero Martín, permanece la imagen de todos los días andando con su cesta hasta la huerta. Siempre con su delantal puesto, atareada en la cocina y en el rancho regando sus flores. También la recuerda sentada en su silla baja de anea delante de un lebrillo de altramuces, que previamente había preparado y "endulzado" durante horas con agua corriente en la pililla que había al lado de la poza. Y al caer la tarde, su cara "escamondá", su coco bien "peinao", sus "cositas recogias" y "pal pueblo otra vez". "Ese era su día a día, y hasta el mismo día en que se fue no faltó nunca de ir a su huerta".

 
 
Coín, julio de 2016
 
 
 
 
 
       
 

Agradezco sinceramente a la familia de María Luque y especialmente a su hijo Nicolás Guerrero Luque, y sus nietos Encarni Guerrero Martín, Salvador Guerrero Santos y María Francisca Guerrero Morales, su ayuda y amabilidad poniendo a mi disposición sus recuerdos y estas fotografías del álbum familiar que añadimos a nuestro archivo y aquí compartimos:

Portada, fotografía intervenida de la poza en agosto de 1974.

1.- María Luque Marques con su esposo Nicolás Guerrero Torres en 1938 con sus hijos Francisco, Isabel y Nicolás, faltando el mayor, Sebastián, que no llegó a tiempo de la fotografía.

2.- María Luque con su consuegra María González González en la huerta en el verano de 1976.

3, 4, 5 y 6.- Momentos de baños en la poza en agosto de los años setenta.

7 y 8.- Fotografias de bañistas en la poza, donde se aprecia detrás el gran maizal de la huerta, que me facilita Dolores Fauna Baena.

9.- Retrato de familiares de María Luque en el rancho, donde aparece su hijo mayor Sebastían Guerrero Luque.

10.- María Luque con sus nietos en el rancho de la huerta en 1977.

11.- Su nieta María Francisca atareada.

 
       
   
     

 
 
             
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