Comenzada la década de los 70 del pasado siglo, un grupo de por entonces jóvenes poetas catalanes fundó Paraules, revista de Literatura predestinada a sobrevivir cinco números, ni uno más ni uno menos, cuatro de los cuales –los cuatro primeros- se editarían utilizando el procedimiento de las fotocopias. El quinto y último, sin embargo, se imprimiría de forma tradicional; después de todo, el quinto y último era una despedida y conviene celebrar cuanto se va para jamás volver.

En el transcurso de su corta pero intensa vida, Paraules fue un ejemplo de convivencia lingüística que dio cabida en sus páginas a escritores furibundamente catalanistas junto a otros que, tal era mi caso, escribíamos lo que podíamos en el único idioma que medio sabíamos, el español. Rafael Pérez Estrada fue otro de los escritores españoles llamados a colaborar en todos y cada uno de los números editados por Paraules.

Para ese quinto número (Barcelona, marzo de 1979), los amigos de Barcelona nos solicitaron un “texto especial”, ya que pretendían ceremoniar la desaparición de la revista en un local del más alto postín barcelonés, el Glaciar –“tapas y bocadillos en barra de mármol”-, cercano a aquella histórica cutrez llamada El Liceo. Salvador Clotas –un buen tipo al que admiré por el prodigioso corte de sus camisas– ofició la solemnidad del adiós, acto al que tuve el placer de asistir invitado por mis generosos amigos de Paraules.

Durante años busqué sin éxito La gala de la gran gala, el delicioso texto de una narración con la que Rafael Pérez Estrada puso punto y final a sus colaboraciones en aquella revista que se suicidaba como los grandes, inmersa en una orgía de Literatura y alcohol en la que también la libido estuvo presente ataviada con sus más devastadoras insinuaciones.

Treinta y cinco años después de su publicación, he vuelto a leer La gala de la gran gala gracias a la prodigiosa memoria de mi querida amiga Lucía Álvarez de los Ríos. Aquí está, junto a la portada de Paraules, para el uso y disfrute de todos los que deseen leerla. ¡Que nadie detenga el espectáculo! / JUVENAL SOTO

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