José Manuel García Agüera
 
         
         
      Antonio Giménez Madueño  
  UN COINEÑO EN MAUTHAUSEN  
         
         
 

Al conmemorarse este año el 65 aniversario de la liberación del campo de concentración de Mauthausen, este trabajo rescata del olvido y el ostracismo, y para la memoria colectiva de nuestro pueblo y sus gentes, a un paisano desconocido que sufrió aquel horror. En su recuerdo y homenaje, y en el de todas las víctimas del nazismo durante la Segunda Guerra Mundial, nos sumamos al mensaje unánime de los actos de esta celebración contra el extremismo, la intolerancia, el racismo, la homofobia y la segregación racial y religiosa

 

 

uando las tropas aliadas entraron el 5 de mayo de 1945 en el campo de concentración austríaco de Mauthausen, una gran pancarta colocada sobre la enorme puerta decía: "los españoles antifascistas saludan a las fuerzas libertadoras", y una muchedumbre que salía del horror les vitoreaba. Uno de ellos era Antonio Giménez Madueño, el prisionero con número de matrícula 4.391. Era natural de Coín y tenía entonces 27 años. Allí fue deportado al final del agosto del 41, recién cumplido los 24. Ese día, que hoy conmemoramos, todavía vestía el "pijama de rayas" y cosido a sus ropas el triángulo azul de los apátridas, con una "S" ─de spanier─ en el centro. Lo identificaban así porque cuando las autoridades germanas requirieron a las hispanas para determinar el destino de estos prisioneros, Franco replicó que no eran españoles.

 
         
 

Antonio Giménez Madueño nació el 12 de junio de 1917 en Coín (Málaga), al igual que sus padres Gabriel Giménez Giménez y Fuensanta Madueño Guzmán y los padres de éstos, como constata el Acta de Nacimiento. Una familia de hortelanos que vivían entonces en una casa-habitación de calle Antequera, sin que en el Registro Civil consten otros hermanos, hijos de ese matrimonio. Y debió marcharse de aquí antes de que, el 12 de febrero de 1937, entraran por el camino de Monda a Marbella las fuerzas sublevadas. Ese mismo día fueron fusilados los 25 primeros coineños de la larga lista de ejecuciones sumarísimas que se produjeron después, añadiéndose aún más muertes y desolación a la guerra civil iniciada siete meses antes.

Él fue uno de los españoles que llegaron a Mauthausen y que formaban parte del medio millón de refugiados, pertenecientes a un amplio espectro social, que cruzó la frontera francesa al final de esa “guerra incivil”, iniciando la diáspora del exilio español, marcada por la sinrazón y el abandono. Milicianos, intelectuales, políticos y familias completas que, lejos de encontrar acomodo al otro lado de los Pirineos, quedaron custodiados en un conjunto de centros de internamiento que adolecían de las más mínimas condiciones de salubridad e higiene. Luego, iniciada la guerra mundial muchos fueron enviados al frente o integrados en batallones de trabajo, acabando la mayoría capturados por los alemanes después del armisticio de Vichy y deportados desde los campos franceses al territorio del Reich. Otros republicanos españoles, todavía libres, se incorporaron a la resistencia francesa y fueron detenidos a lo largo de la guerra. En total, alrededor de 35.000 españoles combatieron junto a los aliados y cerca de 12.000 acabaron en los campos de concentración nazis.

Uno de ellos era Antonio Giménez Madueño a quien deportaron al campo de Mauthausen el 31 de agosto de 1941, un lugar no muy lejos de Linz y de la localidad donde Hitler nació. Fue emplazado en ese pueblo por su cercanía a las canteras de Wiener Graben, una cantera de granito en la que habían de trabajar los prisioneros del campo para su aprovechamiento. En este campo, calificado por los nazis de categoría III, la de los prisioneros considerados irrecuperables, es decir de exterminio, figuraba bien visible como frase de bienvenida, toda una declaración de intenciones: “Vosotros, que entráis, dejad aquí toda esperanza”. Cuando llegó, su director el comandante Ziereis les advirtió a todos, como de costumbre, que sólo saldrían de aquel infierno por la chimenea.

 
         
   

En una primera fase, entre 1938 y 1940, eran la mayoría disidentes políticos y presos comunes alemanes y austriacos, además de prisioneros polacos. En agosto de 1940 llegaron 392 españoles, la primera tanda de los 7.300 inscritos en los archivos de las SS hasta el final de la guerra. A ese campo llegaron, hacinados en trenes, unos 200.000 deportados y fueron asesinados unos 116.000 hombres, entre ellos al menos 5.000 españoles, pertenecientes a 2.219 poblaciones de nuestra geografía. 905 eran andaluces de 322 municipios; 158 eran malagueños: 39 de la capital y 119 de los pueblos de la provincia, según fuentes del Parlamento de Andalucía.

Pierra Saint-Macary, presidente de la Amicale ­─la organización que reúne a los supervivientes de este campo de concentración nazi─ denominó a Mauthausen como “El campo de los españoles”, pues, aunque los primeros barracones se levantaron en 1938, fueron albañiles españoles quienes construyeron la fortaleza, a la que llegó la mayor parte de los republicanos entre 1940 y 1941, falleciendo éstos este último año o el siguiente. Los internos más fuertes se destinaban
 
 

De arriba abajo: Sobrevivientes saludando a los soldados americanos en la liberación. Prisioneros trabajando en las canteras de granito en abril-mayo de 1942. Soldado soviético ante “La Escalera de la Muerte”. Y, prisioneros liberados, en mayo de 1945. Fotografías de los Archivos Nacionales, USHMM Archivos Fotográficos.

 

principalmente a la extracción de bloques de granitos en la cantera, hasta la muerte por extenuación. Sobre sus rotas espaldas subían esos bloques de piedra, entre 10 y 40 Kg., por una tristemente “famosa” escalera de ciento ochenta y seis peldaños, mientras los kapos  ─prisioneros que ejercían de capataces─  les empujaban, zancadilleaban y golpeaban.

Con el paso del tiempo, algunos españoles llegaron a desempeñar trabajos especializados: albañiles, peluqueros, administrativos o fotógrafos, teniendo por ello más posibilidades que otros para sobrevivir. Y, también mayor acceso a la información, pudiendo disponer de cierta autonomía para sostener la organización clandestina republicana que, encabezada por los comunistas, funcionó desde mediados de 1941 en el desempeño de diversas funciones en la gestión cotidiana de Mauthausen. Así pudieron disponer de ciertos recursos para ayudar a otros prisioneros. Entre los objetivos de la organización clandestina española en este campo nazi figuraba, por ejemplo, la redistribución de la escasa comida que llegaba a los presos y de las medicinas robadas en la enfermería, con el fin de sostener a los más débiles. No obstante, el recuerdo más vivo que dejaron los españoles de aquella convivencia fue su inquebrantable fe en la derrota del fascismo, contra la que luchaban desde 1936.

 
         
 

Casi una década después, el 5 de mayo de 1945, los aliados liberaron a los famélicos prisioneros de Mauthausen. Figuraba entre ellos este coineño, al que hoy recordamos, que consiguió llegar con vida para celebrarlo… venciendo así al nazismo en su lucha por la libertad.

La liberación, sin embargo, no significó para los republicanos el final de la guerra comenzada en 1936. Muchos no pudieron volver a su patria y buscaron asilo en Francia. De hecho, la epopeya de los españoles en Mauthausen es un hito incorporado a la historia contemporánea francesa. No es así respecto de España, pues la dictadura de Franco desterró al olvido a estos españoles que lucharon en el bando aliado durante la Segunda Guerra Mundial, y la deportación española desapareció de nuestra memoria. Borrado su recuerdo bajo el franquismo, los republicanos deportados a los campos de exterminio nazis tampoco han encajado en la memoria colectiva reconstruida con la democracia.

Miguel Martorell Linares y Javier Moreno Luzón, autores del espléndido trabajo: “Mauthausen, el campo de los españoles” (publicado en Tribuna en marzo de 2001 y del que me he servido para este “recordatorio”), escriben: “Buena parte de los exilados republicanos españoles que no cayó combatiendo al fascismo en Europa, tras su captura fue exterminada en el campo de Mauthausen. Los que fueron a parar ahí tuvieron un comportamiento heroico que en España todavía no se ha reconocido como se merece”. Nuestro paisano, el coineño Antonio Giménez Madueño, fue uno de estos héroes. Coin-cido con ellos, en que quizá la memoria de Mauthausen no resulte ociosa en la España de hoy… Ni la suya tampoco.

Coín (Málaga), 5 de mayo de 2010

 
     
         
   

NOTA:

Desgraciadamente, nos consta que Antonio Giménez Madueño falleció posteriormente a su liberación de Mauthausen, sin que sepamos con certeza el año ni conozcamos más sobre su vida, por lo que agradeceríamos a quien pueda facilitarnos más datos e información sobre él, que contacte con esta fundación y podamos así completar la recuperación de su memoria para la historia de este pueblo.

 
         
         
 

 

 

 

 

 

 

   
         
         
             
      © FUNDACIÓN GARCÍA AGÜERA COÍN MÁLAGA 2016  
             
  fundacion@garciaaguera.org      
  www.fundaciongarciaaguera.org