Por aquellos años existían para mí dos tiempos distintos y distantes, separados en el calendario: un tiempo lineal, invernal, de obligaciones escolares, parentales y sociales, y otro tiempo circular, veraniego, placentero, y mítico; eran estos últimos los días de Sabinillas.

La Colonia era un retorno anual a ese espacio marino, lejano, beatífico, primigenio y sin tiempo. Hasta tenía como condición previa para su disfrute, un largo viaje en aquellos taxis de entonces, con sus paradas en el camino en lugares también míticos como la fuente de Ojén. Una Odisea.

Y en ese lugar originario, lo que encontrabas eran colores, sonidos, sabores y todo tipo de sensaciones distintas, exóticas. La brisa del Estrecho, el olor a césped, aquel agua salobre, las piedras blancas y redondas, las pestilencias a pescado y algas a la orilla del mar. Además de las conchas marinas, los vidrios redondeados por las olas, y el mar apetecible y amenazante, pero sobre todo frio por la corriente del Atlántico.

Las construcciones, dormitorios, comedores, el salón de actos, eran estilo Decó, muy blancos; estilo "Relax" han llamado artistas malagueños a estas construcciones de la Costa del Sol. Por supuesto con toques Kitsch como esas luces verdes sobre la cal.

Experiencias múltiples a las que cada uno de los que estuvimos allí podría añadir miles de detalles.