José Manuel García Agüera  
         
  Las batatas de Coín florecen en Agosto  
         
      Aportación al estudio del cuadro 'el rancho coineño' de Antonio Reyna Manescau (Coín 1859 - Roma 1937)  
         
         
    A Patricia Carrasco  
         
         
 

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Por aquel entonces ya se había publicado mi libro sobre el famoso cuadro de Antonio Reyna Manescau 'el rancho coineño', como así llamamos aquí al bello lienzo que une su universal obra con esta tierra. Un libro que relata el crucial viaje del pintor a Coín y la estancia veraniega en la casa familiar de ésta, acompañado de su esposa Bice Mililotti y su hija pequeña María Matilde. Un trabajo que fija definitivamente y concreta en esa visita la realización de la emblemática pintura y que, a resultas de variados datos, documentos e información recabada, fruto de apasionadas averiguaciones también, sitúan el momento del primer boceto en agosto de 1910.

Una tarde, durante la exposición antológica que organizamos en su pueblo natal con motivo del 150 aniversario del nacimiento del célebre Maestro de la Pintura del XIX, admiraba el famoso cuadro junto a José Manuel Hevilla Ordóñez, un apreciado amigo y paisano que conoce como nadie la huerta coineña, sus frutos, sus tiempos y todos los heredados secretos de estos campos.

Le comentaba mis pesquisas y las conclusiones a las que había llegado respecto del momento en que se inició la creación de esa espléndida obra y seguíamos charlando sobre cuanto nos mostraba aquel extraordinario legado que teníamos ante nosotros.

En un momento de aquella agradable y gratificante conversación, que me ilustraba sobremanera en aspectos del campo allí contenidos y desconocidos para mi hasta entonces, José Manuel me hizo una valiosísima y reveladora observación: "Mira esas hojas azuladas, son inconfundibles, son las flores de la batata y en Coín florecen en agosto".

Aquella afirmación, que oía por primera vez, coincidía de manera sabia e incuestionable, pues la sabiduría de la tierra es incuestionable, con la conclusión a la que yo había llegado por otros derroteros respecto del tiempo y momento en que se pintó. El propio cuadro daba pistas que mi ignorancia no llegó a descubrir. Mi amigo, sin embargo, con la mirada que da el saber ancestral de la tierra, de inmediato supo en que tiempo fue pintado el cuadro. Aquellas hojas azuladas, que ya vería siempre con otros ojos, eran gracias a él mucho más que coloristas pinceladas en la magistral composición, que se había hecho aún más grande.

Y es que en estas cosas del saber y la investigación, aunar y compartir conocimientos con el que sabe es el único camino para poder llegar a ver algo.

 
    Coín, Agosto de 2014  
         
         
         
         
         
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